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Era sólo una adolescente y sin embargo tuvo sueños de grandeza. Creyó que Dios la llamaba para ponerse al mando del ejército francés. ¡A ella! A una pobre pastora que no sabía leer ni montar a caballo. Pero su amor a Dios era más grande que su miedo. Se colocó la armadura, agarró un estandarte blanco y espoleó a su caballo.
“¡A por ellos! Expulsemos a los ingleses de Francia”, gritó. Los franceses se rieron de ella, pero Juana era tan cabezota como valiente, y unos meses después casi había logrado su objetivo.