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No creo que resulte difícil convenir en que Juan Ramón Jiménez es el autor de la literatura española con más alto concepto del deber y el destino del escritor. Un destino y un deber que son, junto con la propia vida, uno y el mismo asunto, algo que la mayor parte de las veces adquiere un nombre concreto: La Obra. La Obra con mayúscula, lo que llamó a veces Sucesión ( para los libros sueltos), Destino ( para la edición final). Obra reverenciada en la vida y desde la vida, en la escritura y desde la escritura. Una sucesisón que representa continuidad en el esfuerzo y en el propósito. Una metamorfósis que significa, a la vez, cambio y resultado, obtención y búsqueda, tránsito y llegada. Un destino que fuerza a confundir lo vivido y lo escrito, lo soñado y lo palpable.